Es muy difícil, pues, encontrar collares de fideos para sopa en una feria de rosas. Quien lo logra no es seguramente muy afortunado porque es sabido que las novias de aquí y allá prefieren el eter a la monotona circunvalación de un montón de fideos que, bien o mal, podrían oficiar de exquisita o inapetente sopa.
Las rosas, por el contrario, son bienvenidas por las damas que anhelan encontrar en nosotros, el fastidioso príncipe azul con que sus madres, probablemente hasta el día de hoy, les han enseñado a soñar; y del que deben resignarse porque tal perfección de hombre (todos lo sabemos) no existe; tomando por esposos a estos sujetos (que somos nosotros) que nos pensamos que una mujer se conforma con los regalos que les hacemos y se exhiben orgullosas por las calles con sus horribles collares de fideos de sopa. Y encima instantánea.
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