lunes, mayo 2
Medusas de un aleph
Sábato anheló ser alguna vez Muñoz Molina, pero el charco en el patio no devolvía la imagen soñada que en el espejo encantado querría ver. El viejo Teo soñaba con Borges, en charlas matutinas en que le develaba el secreto del Aleph. Si Borges hubiera visto a través del punto, hubiera encontrado la biblioteca de Babel. Tiempo y espacio lo separaban de Alejandría, que para aquel entonces ya se había multiplicado en catorce infinitas ciudades.
Van Gogh se acurrucó sobre la almohada y un zumbido de varios días lo acarició hasta dormirlo. Fue entonces, que el mismísimo Teseo se encontró solo, caminando infinitamente por pasillos interminables. Un hospital sin enfermeras, ni olor a cloroformo. Solo pasillos interminables. En un espejo, vió reflejada la sombra de Ariadna y cayó de golpe frente al oasis que ya el vapor de la tarde le propinaba. Ingrata fue su sorpresa, cuando encontró al minotauro mansamente dormido a la sombra de una pared.
Un breve instante. Una rapsodia de lucidez. Un destelleo de dolor y en el engaño, Teseo se reflejó en el animal y liberó a Borges, a Sábato y a Teo, clavándose a sí mismo el filo de la espada, matando a Dr. Jekyll y a Mr. Hyde también.
Un torbellino arremolinó la escena que se perdió en el aura y en el zumbido incesante. La sangre se esparcía sobre las sábanas.
Y el pobre Vincent al fín sanó....
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